Con agua y detergente

Soplaba con delicadeza. Del soplido nacía una perfecta burbuja de perfectos colores. Flotaba de increíble manera pero siempre terminaba explotando, contra las paredes, contra el piso, contra el aire mismo que la sostenía. Se podía adivinar cuándo sucedería, la burbuja perdía los colores y se notaba cómo se debilitaba hasta que…

Ella, sentada en su sillita en medio del balcón seguía soplando pacientemente.

La nena soplaba muy despacio, sólo salía una burbuja. Ella quería eso, tan sólo una burbuja. Mientras volaba veía, además de los colores, cómo se deformaban los ventanales, las rejas, su cara. Ni bien veía que descendía, se acostaba sobre el piso de calientes mosaicos rojos y soplaba hacia arriba para que la burbuja no explotara contra él, tenía que hacerlo con cuidado, esa esfera que la hipnotizaba era muy frágil. Pero la burbuja perdía los colores igual.

Volvió a soplar. De pronto observó que se dirigía a la pared blanca pero verde de tantas enredaderas usurpadoras. Inmediatamente fue hasta allí y, otra vez con el mismo cuidado y paciencia, comenzó a soplar. La burbuja no chocó, pero perdió los colores.

Sopló otra vez, en esta oportunidad lo hizo por encima de las grises rejas que la protegían del vacío. Volaba en medio de la nada, flotaba y flotaba. Ella miraba, esperanzada. Su sonrisa se borró, como otras veces.

La burbuja perdió los colores.

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