por la noche

Ayer por la noche salió una culebra de tu boca. Se deslizó por tu pecho y descendió hacia tus pies sin siquiera mirarme. Pero yo sabía que se dirigiría hacia mí.


Inmutable, la observé pasar de tus piernas hacia las mías, poco a poco comencé a sentir la suave y fría piel. ¿Cómo se sentiría la mía? Aquel animal que pareciera ser apenas un músculo viviente se detuvo en mi sexo. Se regodeó en mi pubis y yo no sentí nada. Yo sólo quería escuchar. Y ella lo sabía.


Por eso, como si recordara su cometido, me miró y, lentamente, reptó hacia mi rostro. Supongo que su lentitud se debía a cierto anhelo de hacerme sufrir, de hacerme desear al extremo aquel conocimiento que –aparentemente- iba a darme. No perdí la tranquilidad, la esperé pacientemente, de todas formas imaginaba hace días lo que iba a decirme.


Cuando ya se encontraba en la zona de mi cuello, cerré mis ojos. No fue por temor, quería concentrarme, quería que el sentido que más alerta estaba en ese momento, lo estuviera al máximo. Esa fue la causa por la que apenas sentí su roce en mi oído. Y habló. Y la oí. Y me hizo saber que estaba en lo cierto.


Y el sueño vino a mí.

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